Con origen en el término latino exitus (“salida”), el
concepto se refiere al efecto o la consecuencia acertada de una acción o de un
emprendimiento. Su raíz se hace más o menos evidente según el contexto en que
usemos esta palabra, ya que muchas veces expresa “sobresalir”, “salir por
encima de la competencia”, “salir de la oscuridad del anonimato“.
Hay que tener en cuenta que la noción de éxito es subjetiva
y relativa. A menudo asociado con la victoria y la obtención de grandes
méritos, el éxito es casi parte de nuestra vida cotidiana y en general no se
comparte con mucha gente.
En lo que hace a la subjetividad, podemos decir que cada vez
que nos proponemos algo y lo conseguimos, sea mejorar nuestras condiciones
laborales, aprobar un examen, dejar de fumar o simplemente ahorrar dinero para
darnos un gusto, somos exitosos.
Para entender lo relativo del concepto, tomemos un caso como
ejemplo: el éxito en una competencia automovilística suele ser terminar en el
primer lugar. Sin embargo, si un piloto largó desde el último puesto y llegó
segundo, también puede considerar su participación como un éxito. Lo mismo con
aquel que, con un presupuesto mucho menor que el de sus competidores, terminó
en los primeros puestos, aunque no haya triunfado.
Sin embargo,
la sociedad suele establecer una relación entre éxito, riqueza material y fama.
Esta visión distorsionada y pobre de la realidad, afecta a muchísimas personas,
generando un esquema simplificado de la vida que separa a exitosos de fracasados.
Y es justamente esta última palabra la que, al ser tomada como contrapartida de
la primera, genera aún más confusión.
El éxito no debería ser entendido como algo unidimensional,
sino como la consecución de un objetivo, sea pequeño y de carácter íntimo o
grande y con gran repercusión.

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